
En plena campaña, las declaraciones, la publicidad y la propaganda, vista como un producto a granel nos obliga a reflexionar sobre el mensaje, su sentido y, sobretodo, los destinatarios. De acuerdo a fuentes en materia de mercadotecnia, el mensaje, es la información, los datos que transmite el emisor para que lleguen al receptor de forma óptima. Es imprescindible que el receptor entienda este contenido para que la comunicación sea fluida y eficaz.
A partir del principio de “entendimiento” para que la comunicación sea eficaz y fluida, los mensajes no pueden, ni deben ser generalizados, error en el que se incurre de manera común, ya que se trata de ahorrar o de creer que el auditorio es uno y único.
Para poder dar un mejor proceso de comunicación es indispensable entender al receptor, ya que todos tenemos intereses distintos y nos enteramos o comunicamos por canales diferentes -canal el lugar por donde se transmite el mensaje-; no es lo mismo dirigirse a grupos de jóvenes que traen en su ADN el uso de redes sociales, que entablar comunicación con jóvenes que, pese a compartir generación tecnológica, carecen de las herramientas tecnológicas para ejercer esa comunicación.
De igual manera, no es lo mismo utilizar canales tradicionales -prensa escrita, radio, TV- en zonas donde los mensajes transitan mejor por redes sociales y viceversa.
Pero quizá, la mayor polémica la podrá generar el tipo del sentido del mensaje, entendiendo a esto, de manera muy general: el objeto de la comunicación.
Qué imagen quiero presentar, qué quiero transmitir, qué concepto quiero construir entre la audiencia y lo mas importante: ¿hay congruencia entre mi imagen y mi lenguaje corporal y el mensaje que transmito?
Es fácil elaborar mensajes contra acciones del gobierno o contra la incapacidad de la oposición: denostaciones, “frases pegadoras”, de impacto, señalamientos ruidosos que llaman la atención en determinado momento de una campaña, pero… ¿eso soy? ¿me creerán?
Esas preguntas se deben hacer en el cuarto de estrategia para que no sean utilizadas como bumerang por los contendientes.
Muchos políticos mantienen una imagen de condescendencia, de amabilidad, de empatía ante la ciudadanía, por eso suena, por decir lo menos, raro, que en ciertas campañas -electorales o de gobierno- actúen con beligerancia, intolerancia y rudeza para posicionar alguna “idea” o para tratar de socavar al contrario; esas tácticas rompen con años de construcción y conservación de imagen e incluso rompen con el equilibrio mas básico que debe existir entre mensajero-mensaje.
Por ejemplo ¿se imaginan a Donald Trump planteando una acción precisa de gobierno o a Joe Biden profiriendo insultos?
Yo tampoco.