
En la opinión de Elizardo Sánchez
Tal parece que la palabra que define a la política nacional de los últimos años es atípica (o); según el diccionario Oxford, la definición es: adjetivo femenino. “Que se aparta de los tipos conocidos por sus características peculiares”. Y vaya que los políticos de la actual coyuntura se apartan de los “tipos conocidos”.
Algunos viejos, y otros no tanto, tuvimos la oportunidad de conocer políticos apasionados por el servicio público -sin soslayar la búsqueda personal del poder-, con amplio sentido de la responsabilidad, tanto en sus dichos como en sus actos -los errores se pagaban carísimos- y sobretodo, vimos mesura en su conducta pública. Los escándalos, que siempre han acompañado a las personas públicas, eran manejados con discreción, porque sentenciaban a quien los personificaba.
Quisiera acotar, que en este espacio solo platicamos de la personalidad y no de los resultados o efectividad del político en la función pública, ya que esos datos son tan amplios como estudios se realicen de los mismos.
Un político tenía definiciones clásicas “el buen padre de familia”; el “zoon politikon” Aristotélico, entendido este como creador de sociedades y organizador de ciudades y comunidades, entre muchas otras que forjaron una idea – ¿ideal? – de quienes practicaban la ciencia que trata del gobierno y la organización de las sociedades humanas, especialmente de los estados.
En la atipicidad que se vive, ese tipo de políticos dejó de ser funcional y es sustituido por lo que los algoritmos nos dicen que la “polis” requiere; y todo indica, que el votante prospecto no requiere de personalidades profundas o rebuscadas que teoricen sobre las soluciones que nos impone la vida.
La mercadotecnia nos impone modelos de conducta y de personalidad que chocan con la lógica o con el sentido práctico del concepto de gobierno. Proponer a un borracho chistoso, a un “hijo de papi” bueno para nada, a un violento pendenciero que se jacta de su rijosidad solo atiende a un segmento muy pequeño del mercado electoral, pero suficiente para encumbrar al personaje que rompe el esquema y se aparta de las características propias de quien podría presentar soluciones.
La sobreexposición mediática, el uso de plataformas específicas para obtener clientela enfocada, la construcción de personajes e historias ad hoc para explotarlas en las campañas políticas, a lo sumo, nos garantizan determinado resultado electoral, pero NUNCA van a ser sinónimo de recuperación del respeto a la figura del político. “El político actual” niega ser político, lo descalifica y lo pone como el mal ejemplo, pero sueña con obtener todos los beneficios que su ego puede obtener en el ejercicio de la cosa pública.
De resultados en el ejercicio de gobierno, mejor ni hablamos.