
Corre el término en el cual MORENA deje de ser un movimiento y se convierta en partido político. En ese espacio-tiempo en que se enfrente a las realidades estatales y consolide el modelo que ha obtenido buenos resultados y que ha sumado a muchos valores que recuperan espacios o, de plano, acceden a lugares que les habían negado en sus grupos de origen.
Es cierto que hay opiniones disonantes por el brinco que diversos políticos han hecho al partido guinda. Es cierto que se aluden diferencias ideológicas incompatibles entre el pasado y el presente, pero la realidad nos señala que las opciones de participación política se han ido cerrando y cada vez mas son los cotos partidistas los que imperan y no se abren para permitir el acto político.
Basta consultar cualquier medio de comunicación para ser testigos de la ferocidad con que varios políticos se aferran a su cuota y, lo peor, no permiten que nadie les compita o les haga sombra. Esto lo vemos en todos los signos y colores.
Otro punto importante lo constituye la falta de capacitación política e ideológica de los participantes en la cosa pública. Difícilmente encontraremos quien pueda diferenciar el pensamiento general de la izquierda o de la derecha, mucho menos se puede diferenciar el nacionalismo revolucionario del neoliberalismo social; sobretodo si se ha dejado de leer a los clásicos y se ha adoptado por venerar a “coaches de vida” o “blogueros” -cualquier cosa que eso signifique-.
Perdidos en la falta de precisiones ideológicas que refresquen el debate y la discusión públicos, muchos dirigentes han extraviado el camino principal, el mas esencial de los rumbos que les permiten ejercer el oficio al cual, con su ausencia niegan: el camino constitucional, ahí les va una refrescada…
Los partidos políticos tienen como fin promover la participación del pueblo en la vida democrática, fomentar el principio de paridad de género, contribuir a la integración de los órganos de representación política, y como organizaciones ciudadanas, hacer posible su acceso al ejercicio del poder público, de acuerdo con los programas, principios e ideas que postulan y mediante el sufragio universal, libre, secreto y directo, así como con las reglas que marque la ley electoral para garantizar la paridad de género, en las candidaturas a los distintos cargos de elección popular. Sólo los ciudadanos y ciudadanas podrán formar partidos políticos y afiliarse libre e individualmente a ellos; por tanto, quedan prohibidas la intervención de organizaciones gremiales o con objeto social diferente en la creación de partidos y cualquier forma de afiliación corporativa.
Los partidos sirven, entre otras cosas, para “hacer posible el acceso de los ciudadanos al ejercicio del poder público”. Esto es lo que han olvidado muchos. Si un partido retoma ese camino -y muchos se dan cuenta de ello- no es un pecado, es una virtud.