
Por: Elizardo Sánchez/politólogo
Entiéndase el término como el gusto, costumbre o uso, o conjunto de ellos, propios de un grupo, un período de tiempo o un lugar determinados; por supuesto, la política no puede sustraerse a estos movimientos caprichosos que conforman, en un momento dado, la “estrategia” de una campaña.
Todos los que estamos inmersos en estos movimientos hemos sido testigos de las marcas que definen a las campañas políticas: la imagen del candidato (a), el género dominante, el storytelling o la historia que queremos contarle a los receptores de mensajes, hasta llegar al “copamiento” de la discusión pública que permite posicionar nuestra visión de los hechos.
Estos capítulos son recurrentes y repetitivos ya que se usan cuando se necesitan.
La mejor manera de controlar una campaña, no es a través de ocurrencias y giros de tuerca que traten de ocultar errores en imagen, lenguaje o discurso, lo mejor es controlar la discusión pública y encausarla por donde mejor convenga a los intereses que se persiguen.
Controlar la discusión pública es una tarea titánica que requiere muchísimos elementos y productos para poder tenerla en el lugar que mejor conviene; aquí si, aciertos, errores, conceptos a favor y en contra forman parte del ecosistema que queremos construir para llevar a buen puerto la nave encomendada.
Aunque parezca novedoso, el control de la discusión pública no es nuevo, mucho menos original, se ha dado en diferentes momentos y partes del mundo, es cuestión de recordar los deslices románticos de los hermanos Kennedy o de Bill Clinton para exponer que, un buen control de daños y la “captura” de la discusión son el mejor remedio para cualquier problema de corte catastrófico; aunque este ejercicio no solo sirve para los malos tiempos, baste recordar campañas políticas donde candidatos improbables -Trump, por ejemplo- se adueñaron de la discusión y terminaron ganando elecciones.
Este ejercicio de estrategia política implica un trabajo muy coordinado entre los diferentes elementos que vierten su influencia en la comunidad: líderes de opinión, voces públicas, medios de comunicación, canales de comunicación… que deben ser alimentados con mensajes diseñados para obtener el efecto buscado.
Quizá, uno de los mejores trucos en este tipo de estrategia es el de la provocación: presionar al contendiente para que reaccione de acuerdo a nuestras necesidades e intereses y nutra, desde su trinchera, la propuesta que buscamos posicionar.
Se dice fácil, lo difícil es plantear la necesidad y, sobretodo, la provocación.
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