
Desde las épocas de la guerra fría que sostuvieron Estados Unidos y la Unión Soviética, principalmente en los 60s y 70s, se hicieron famosas las maquinarias de propaganda política que magnificaban las bondades de ambos estilos de vida, que ponían en entredicho el oscurantismo Soviético o el consumismo Americano o glorificaban las hazañas deportivas de ambas esquinas. Curiosamente, esa guerra empezó a definirse con la llegada del hombre a la luna y, por supuesto, en la negación de ese viaje, a cargo de quien no llegó.
Todo fue propaganda y desconfianza.
La segunda edición de este esquema de comunicación política se empezó a dar, no ahora con la invasión Rusa a Ucrania, sino con el cambio de modelos de campañas y actos de gobierno, que privilegia lo que se dice, contra lo que se hace: “la percepción es realidad”.
La campaña permanente hizo a un lado a los planes de gobierno y a los programas operativos para tratar de fijar “imágenes en el inconsciente colectivo” y a partir de ahí ganar la narrativa que nos diga lo que queremos. Cierto es que no todos pueden llevar a buen puerto estos esfuerzos y que, en todos lados, siempre hay alguien intentando o haciendo las contras a las campañas del gobierno.
Y en esto, todo se vale.
Hemos sido testigos, a veces involuntarios, de mecanismos periodísticos llenos de falsedades o “fake news”; del uso fraudulento de la tecnología de información y comunicación, “deepfake” y de la distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales o “posverdad”.
Sobre eso estamos tejiendo esta nueva realidad mediática que nos exige ser incrédulos o al menos, desconfiados con lo que se procesa en “la mas democrática de las herramientas del conocimiento: la internet” -si, así la llamaban a principios del siglo XXI-.
Para bien de mucha gente que nos gusta estar enterados, existen mecanismos “de verificado” que se dan a la tarea de corroborar lo que circula en las redes, con publicaciones, antecedentes y fuentes confiables, sobretodo cuando lo que importa suena poco convencional. Desafortunadamente, aún no se ha implementado una herramienta -app- que permita “filtrar” nuestros “objetos de interés comunicacional” para impedir que las trampas de la propaganda nos afecten o afecten la voluntad o la opinión pública.
La herramienta “de verificado” se hace de manera manual, por profesionales del periodismo, pero solo se pone en marcha en campañas políticas grandes y solo atiende a ciertas notas que pueden generar escándalo.
Ya vimos que todos los instrumentos heredados de la guerra fría y perfeccionados con los avances tecnológicos si dan resultados. En USA se recuerdan las campañas de Bush Junior y más recientemente, la primera de Trump que utilizaron la tecnología para obtener el triunfo.
La tecnología es nuestra aliada, pues, a utilizarla.