
“Las ciudades son de todos. Las ciudades
tienen la capacidad de proporcionar algo
para todo el mundo, siempre y cuando,
se crean para todo el mundo”.
Jane Jacobs
Las calles y sus aceras, los principales lugares públicos de una ciudad, son sus órganos más vitales. ¿Qué es lo primero que nos viene a la mente al pensar en una ciudad? Sus calles. Cuando las calles de una ciudad ofrecen interés, la ciudad entera ofrece interés; cuando presentan un aspecto triste, toda la ciudad parece triste. Una calle muy frecuentada tiene posibilidades de ser una calle segura. Una calle poco concurrida es probablemente una calle insegura. Ha de haber por tanto siempre ojos que miren a la calle, pies que caminen calles pertenecientes a personas que podríamos considerar propietarios naturales de la calle. La seguridad de la calle es mayor, más relajada y con menores tintes de hostilidad o sospecha precisamente allí donde la gente usa y disfruta voluntariamente las calles de la ciudad y son menos conscientes, por lo general, de que están vigilando.
¿Se han preguntado por qué es tan célebre nuestra quinta avenida? Si la analizamos bien, no tiene una arquitectura maravillosa, o tiendas muy especiales; creo que la respuesta que daríamos todos es que es una calle con vida, una calle a la que queremos todos los solidarenses, sin vehículos, que transitamos con desenfado sin cuidarnos los unos de los otros, sin temer a los otros, una calle que hemos hecho sus habitantes, una gran pasarela que vivimos los solidarenses. Nadie disfruta sentándose en un banco o mirando por la ventana para contemplar una calle vacía o por el contario llena de puestos ambulantes. Creo que casi nadie hace una cosa semejante. Pero sí hay muchísima gente que se entretiene contemplando la actividad de una calle, de tanto en tanto, desde una ventana o en la acera.
Todas las ciudades tienen su calle, todos entendemos por qué nos atraen esas calles y entonces la pregunta que debemos hacernos es ¿Por qué no nos damos ese mismo regalo a nuestra vista, a nuestra familia, a nuestras mascotas en nuestra propia calle, en el lugar que afecta de manera más importante las relaciones con nosotros mismos, con los demás y con nuestro entorno? Por qué las mantenemos áridas, sin sombras, sin bellas vistas verdes, sucias, ¿con deshechos de animales y montones de basura? Esta reflexión viene a colación por varios motivos, la más reciente la presencia del huracán Grace y los residuos que generó en su trabajo de limpieza. Tomen la tarea de recorrer a pie nuestras calles a 4 días de su partida, ¿Todos los vecinos ya levantaron las hojas y plantas que cayeron de los árboles? ¡De sus árboles! ¿A cuatro días, podemos caminar libremente por nuestras calles sin toparnos con escombros a mitad de camino? ¿Por qué tenemos que esperar a que el gobierno nos limpie nuestra calle cuando está perfectamente establecido en el bando de gobierno nuestras obligaciones ciudadanas?
Al respecto, el Bando de gobierno para el municipio Solidaridad, en su artículo 23, establece que es obligación de quienes residimos en este municipio : Asear diariamente el frente de su casa, la banqueta y la mitad de la calle; pintar, cuando menos una vez al año, las fachadas de sus casas o cuando el Ayuntamiento lo proponga; plantar, cuidar y conservar cuando menos dos árboles en el predio de su domicilio, cuando las condiciones y tamaño del lugar lo permitan; recolectar los residuos y basuras de los edificios, casas o frentes de los mismos y entregarlos al personal encargado del servicio de limpia; y mantener limpios de maleza y basura, así como delimitados, los predios de su propiedad, aun cuando éstos se encuentren sin construcción. Esto es existe la normatividad que establece nuestras obligaciones, pero como todas en nuestro México lindo pocos las conocen y muchos menos las aplican. ¿Será que necesitamos la chancla?
Vivir en un barrio tranquilo y lejos de la delincuencia es uno de los deseos más comunes de cualquier residente de una ciudad, y aunque toda la culpa se la endilgamos siempre a la policía – porque ni siquiera a los delincuentes- gran parte de la responsabilidad de que eso no suceda depende de la acción de cada uno de los vecinos que no cumplimos con nuestras obligaciones. Los invito a que lean la “Teoría de las ventanas rotas”, del psicólogo de la Universidad de Stanford, Philip Zimbardo, quien en síntesis expone que desde un punto de vista criminológico, el delito es mayor en las zonas donde el descuido, la suciedad, el desorden y el maltrato son mayores. Si se rompe un vidrio de una ventana de un edificio y nadie lo repara, pronto estarán rotos todos los demás. Si una comunidad exhibe signos de deterioro y esto parece no importarle a nadie, entonces allí se generará el delito. ¿Por qué? porque la ventana rota envía un mensaje: aquí no hay nadie que cuide de esto. El mensaje es claro: una vez que se empiezan a desobedecer las normas que mantienen el orden en una comunidad, las conductas incivilizadas, dice la teoría, se contagian. Y las personas civilizadas se retraen. Gana el lado oscuro dirían en una famosa película
Wilson y Kelling lo explicaban así: “muchos ciudadanos pensarán que el crimen, sobre todo el crimen violento, se multiplica y consiguientemente modificarán su conducta. Usarán las calles con menos frecuencia y, cuando lo hagan, se mantendrán alejados de los otros, moviéndose rápidamente, sin mirarlos ni hablarles. No querrán implicarse con ellos. Para algunos, esa atomización creciente no será relevante, pero lo será para otros, que obtienen satisfacciones de esa relación con los demás. Para ellos, el barrio dejará de existir, excepto en lo que se refiere a algunos amigos fiables con los que estarán dispuestos a reunirse”. El filósofo Kant dio hace muchos años una regla muy útil: actúa siempre de modo que tu conducta pueda ser considerada una regla universal. ¿Te gustaría que todos rompiesen los coches, pintasen las paredes, mintiesen, robasen o defraudasen? ¿No? Entonces esas conductas no deben ser llevadas a cabo, entre otras razones porque adoptar esas conductas nos empeora a nosotros mismos como personas.
En otras palabras, empecemos cambiando los cristales rotos de nuestras propias ventanas, limpiemos nuestras propias calles antes de hablar de las del edificio de enfrente, veamos a nuestras calles, a sus indigentes a sus perros abandonados, que nada ni nadie sea invisible a nuestros ojos, a nuestra empatía o la bola de nieve del abandono, el maltrato, la pereza, crecerá rápidamente y nos alcanzará a todos con sus expresiones más bárbaras de delincuencia. Actuemos entonces como agentes de reparación y dediquemos tiempo a la reconstrucción de nuestro bellísimo lugar, ese trabajo no puede hacerlo la policía, ni el gobierno, los únicos que podemos hacerlo somos los habitantes de cada colonia, de cada hogar . La confianza en las calles de una ciudad se construye a lo largo del tiempo a través de muchos, muchos, pequeños contactos públicos en las aceras… la mayor parte de ellos son ostensiblemente triviales, pero su suma es la belleza, nuestra paz y tranquilidad. Vale la pena limpiar y querer nuestra calle ¿No lo crees?