
En días pasados, en un grupo de apoyo en “Face” exclusivo para mujeres, donde en su mayoría participan mujeres playenses, me sorprendió leer a una buena cantidad de ellas, que justificaba el correctivo corporal a los pequeños, reconociendo que gracias a esos coscorrones, chanclas voladoras y pellizquitos de pulguita eran personas de bien. Lo primero que vino a mi mente además de recordar los “sapes que me propinaron” muy utilizados, de manera generalizada en mi niñez fue la pregunta interna ¿en verdad somos personas de bien?
Ante esa pregunta, me fui inmediatamente a las estadísticas y me encontré con los siguientes datos: somos el país más corrupto de este planeta y eso dicen algunos con sorna ,que se debe a que dimos una mordida para no quedar en primer lugar; uno de los países más violentos, del continente americano según datos, registrados por la Universidad de México que nos colocan como el noveno puesto de países con mayor conflicto bélico, sólo superado por países como, Siria (que registra el mayor número de muertes por conflictos armados, con 280,466 decesos), Afganistán, Iraq, Nigeria, Paquistán, Sri Lanka, Sudán y Somalia ; el lugar 14 de 103 en el indicador de prevalencia de la violencia contra las mujeres ; ocupamos otro primerísimo lugar a nivel mundial, en abuso sexual infantil con 5.4 millones de casos por año, informó la asociación Aldeas Infantiles SOS; 7 de cada 10 adultos mexicanos reportan al menos una clase de abuso en su niñez.
Los hechos hablan más que las palabras ¿somos entonces gente de bien? pues sí, pero gente de bien violenta y abusiva.
Si, ya sé, las condiciones estructurales del país, su gran desigualdad, la ineficiencia de nuestros gobiernos, un sistema de justicia que por sus resultados daría lo mismo tenerlo que no tenerlo, todo esto es cierto ¿pero ¿qué hacemos el resto de los mexicanos para construir un ambiente de paz? La paz empieza en el espejo, con nosotros mismos, en nuestro hogar. Cada vez que les propinamos un amoroso coscorronazo a nuestros hijos le estamos enseñando que la única y más efectiva manera de dirimir un conflicto es a guamazos; por si esto no fuera suficiente, la lista de efectos negativos que encuentran números estudios impresiona. Al contrario de lo que busca el adulto que pega a un menor, el castigo incrementa las conductas no deseadas; aumenta el riesgo de que cometa agresiones cuando sea mayor, tanto con sus propios hijos como con su pareja, y genera más conductas delictivas y antisociales. En la literatura científica, también se relaciona con problemas de depresión, ansiedad incremento de abuso de alcohol, drogas y problemas de salud mental en general.
Los métodos que por generaciones fueron aplicadas para corregir a los infantes ya son cosa del pasado, el Senado aprobó en el 2020, reformas y adiciones la Ley General de los Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes y del Código Civil Federal, con lo que queda prohibido el castigo corporal para reprender a menores. “Las niñas, niños y adolescentes tienen derecho a recibir orientación, educación, cuidado y crianza de su madre, su padre o de quienes ejerzan la patria potestad, tutela o guarda y custodia, así como de los encargados y el personal de instituciones educativas, deportivas, religiosas, de salud, de asistencia social, y de cualquier otra índole que brinde asistencia a niñas, niños y adolescentes, sin que, en modo alguno, se autorice a estos el uso del castigo corporal ni el castigo humillante. De esta forma, por ley y de forma preventiva queda prohibido el uso de pellizcos, “cocos”, cinturonazos o lanzar objetos como las “chanclas” para reconvenir a niños y adolescentes o bien asustarlos con la leyenda de “La Llorona” so pena del que el chanclazo lo reciba el padre, madre o familiar abusivo.
¡Ayyy nuestros hijoooooos ¡debemos llorar todos por nuestros pequeños y jóvenes viviendo a chanclazos y sin escuela, frente a un televisor, sin poder socializar con otros niños en esta pandemia que llegó para quedarse, en una sociedad que importa poco si una escuela esta apta para recibir a sus hijos a clases, con residuos de todo tipo, con salones empolvados, sin aire, baños con tuberías quebradas. Hoy 350 escuelas no abrieron sus puertas en quintana Roo porque a nadie le interesó que abrieran, a nadie, ni a las autoridades educativas de los tres órdenes de gobierno, ni a su comunidad educativa y mucho menos a los padres de familia que debieron ser los primeros vigilantes y apasionados participantes en la recuperación de nuestros planteles educativos.
México vive un contexto de violencia originado por altos niveles de desigualdad social, impunidad y presencia extendida del crimen organizado, lo que afecta a la niñez y a la adolescencia. Según el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef), México tiene de los presupuestos más bajos en la prevención de ilícitos y tan sólo 1% de los recursos para la infancia se destinan a protección contra violencia, abuso y explotación. Tampoco tiene recursos para el mantenimiento permanente de sus inmuebles escolares. y menos aún para su salud preventiva. Los DIF de los tres órdenes de gobierno, no han desarrollado políticas públicas integrales para el desarrollo de nuestros niños y se han convertido más en plataformas de campañas políticas, que se limitan muchas veces a la entrega de despensas más como intercambio de favoritismos políticos que para el propósito que fueron creados; atrás quedaron los desayunos escolares que garantizaban el mínimo de sustento alimenticio para cualquier ser humano.
Nos quejamos de esta generación de Cristal que nosotros formamos, la sociedad entera ¿Qué generación nos espera, formada en estas condiciones? ante esto , las palabras de Gabriela Mistral cobran gran sentido : ‘Muchas de las cosas que nosotros necesitamos pueden esperar, los niños no pueden, ahora es el momento, sus huesos están en formación, su sangre también lo está y sus sentidos se están desarrollando, a él nosotros no podemos contestarle mañana, su nombre es hoy”.