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El oportunismo político y la traición a las causas ciudadanas

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Por: Juana Sosa

En Quintana Roo, como en buena parte del país, estamos asistiendo a una peligrosa normalización de lo inaceptable. Las tragedias, los abusos, la corrupción, la destrucción ambiental y la impunidad ya no nos indignan como antes; nos estamos anestesiando. Pero, más grave aún, estamos dejando que los mismos actores políticos que han sido omisos —cuando no cómplices— ahora se disfracen de héroes ciudadanos.

Por ejemplo, un senador aparece en redes sociales recogiendo sargazo con una pala, como si un acto simbólico pudiera borrar años de falta de gestión efectiva. Asimismo, un diputado federal y otro local se pronuncian “en contra” de la construcción del cuarto muelle en Cozumel, cuando el daño ambiental está en marcha. ¿Por qué no alzaron la voz antes? ¿Dónde estaban cuando las comunidades costeras gritaban por atención, cuando los colectivos ecologistas advertían sobre las consecuencias? La respuesta es clara: estaban esperando el momento políticamente rentable para actuar. Lo hacen ahora porque han descubierto que hay clics, likes y votos en juego.

Este tipo de gestos, que a simple vista podrían parecer acciones de compromiso, en realidad son una forma más de simulación. Son montajes políticos disfrazados de empatía; intentos de apropiación de luchas que no construyeron, pero que sí pueden explotar. No hay profundidad ni proyecto de fondo, solo estrategia.

Y, sin embargo, ahí están: gozando del aplauso fácil, ocupando el micrófono, presentándose como líderes de causas ciudadanas que les son ajenas. Esa es la gran tragedia: que las luchas legítimas de la gente —de quienes han resistido, denunciado, organizado, incluso arriesgado su seguridad— se ven reducidas a escenografías para campañas anticipadas.

Este fenómeno no es nuevo, pero sí se ha intensificado, y no es casualidad. Los gobiernos actuales en Quintana Roo, especialmente aquellos que llegaron con el discurso del cambio, han demostrado una habilidad impresionante para reciclar causas sociales como parte de su marketing político. Lo hacen con las mujeres, con el medio ambiente, con el turismo sustentable e incluso con los muertos. No les interesa transformar; les interesa capitalizar.

Aquí es donde debemos hacernos responsables. Porque la pregunta no es solo: ¿hasta dónde van a llegar ellos? Sino también: ¿hasta dónde vamos a permitir nosotros que lleguen?

Cada vez que aplaudimos un gesto sin exigir contexto, cada vez que compartimos una imagen sin preguntar por las omisiones previas, cada vez que votamos sin memoria, fortalecemos ese oportunismo. Nos volvemos cómplices. La indiferencia social no es neutralidad, es abono para el cinismo.

Es hora de recuperar la memoria y de volver la mirada a quienes realmente han sostenido las causas ciudadanas: organizaciones civiles, colectivos ambientales, activistas, mujeres, defensores del territorio; a quienes han hablado cuando nadie más lo hacía, a quienes no han necesitado reflectores para actuar.

Las luchas ciudadanas no se heredan, no se improvisan, no se simulan. Se viven, se sostienen y se trabajan todos los días. Quien llega tarde, quien sólo aparece cuando hay cámaras, no puede ser el protagonista. Por eso, necesitamos más ciudadanía activa y menos performance político, porque el futuro no depende de los que están en el poder, sino de lo que permitamos —o no— desde abajo.

Nos leemos en la próxima

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