En la pluma del politólogo/Elizardo Sánchez
A lo largo del siglo XX vimos diversas formas de manifestar la inconformidad de la ciudadanía en contra de medidas o acciones de gobiernos. Se cuentan las manifestaciones ante oficinas de gobierno o lugares emblemáticos, los plantones, la música y en general las artes y, en el tema que nos ocupa, las marchas.
Todas las modalidades de protesta ciudadana han tenido expresiones pacíficas y violentas, lo cual no trataremos, ya que los comentarios van en otro sentido.
Dentro de las marchas legendarias tenemos la “Marcha de la Sal”, la cual emprendió Mahatma Gandhi en marzo de 1930 con el objeto de desafiar el poderío del Imperio Británico, entre otros, por el monopolio de la producción de sal. Gandhi hizo un recorrido de 3000 km a la costa del Océano Índico para recoger con sus manos un poco de sal; este acto dio inicio al movimiento de resistencia pacífica que concluyó con la independencia de la India.
En ese entonces, el convocante y sus seguidores no tenían mas herramientas para hacerse oír que su voluntad. No había -o no se tiene registro- de congresistas o legisladores entre los manifestantes. Eran gente que estaba cansada del dominio Británico e inspirada por un abogado que asumía su condición de relegado social, como todos sus seguidores.
Es interesante que un simple desplazamiento a pie de un grupo de personas sea tan poderoso como para cambiar el rumbo de su historia. Considero que es importante señalar que la MARCHA tiene efectos demoledores, solo cuando no hay otra opción, dentro de las protestas pacíficas, ya que se ejerce este derecho para y por los que no se pueden expresar en las tribunas que pueden dar solución a los reclamos que las originan.
En este sentido, las MARCHAS son, exclusivamente, para “los sin voz”, por lo que resulta completamente absurdo que legisladores, de toda la gama de colores de la oposición, acudan a la MARCHA en defensa del INE, ya que NO es el lugar de ellos; la defensa que pretendan hacer del reclamo de una parte de la sociedad la deben -o debieron hacer- en la tribuna legislativa, en las mesas de las comisiones y en los espacios de divulgación política que la legislación electoral les otorga.
Colgarse de una iniciativa ciudadana solo exhibe la deficiencia del trabajo político de los legisladores que, teniendo los espacios suficientes para hacer valer el mandato ciudadano, dilapidaron esa fuerza y mostraron su total carencia de sensibilidad y alejamiento de los reclamos populares.
Independientemente de la legitimidad del reclamo -que no está a discusión- los legisladores solo exhiben su falta de compromiso, la ausencia de ideas y el alejamiento de quienes les brindaron su voto.
Hace muchos años se bromeaba con los diputados diciendo que “el mejor lugar para que un diputado pasara sus vacaciones era su distrito, porque ahí nadie los conocía”; y si, tal parece que, en muchos casos, así sigue siendo.