“A caballo pasado” cualquier reflexión es acertada; lo cierto es que las elecciones son el mejor laboratorio para depurar cualquier intento de elaboración de políticas arriesgadas y carentes de sustento.
En alguna ocasión comentamos sobre los errores de configurar coaliciones con partidos que poseen -poseían- el denominado voto duro, entendiendo a este como el sentido de pertenencia de grupos de electores a la figura que representa determinada organización política, por la sencilla razón de que ese sector de votantes no se va a traicionar apoyando al contendiente natural, aunque se hay puesto la gorra de su partido.
De igual manera, las negociaciones para el parado de candidaturas se hacen cada vez mas complejo, si se tienen que conciliar y equilibrar fuerzas que naturalmente son contrarias, sobre todo para las unitarias, diputaciones y/o senadurías.
Pero los errores se magnifican cuando las negociaciones pasan por lo visceral y dejan de lado el cálculo político que se requiere en esta clase de apuestas: “vencer” de antemano a un personaje o grupo político otorgándole determinada posición a un contrario no solo es erróneo, es una torpeza que tarde o temprano se paga.
Al final, la política deja de ser una ciencia y se convierte en arte, mediante el cual se logran equilibrios donde no los hay y se encuentran soluciones donde todos ven problemas. Es, incluso emocionante, que los tomadores de decisiones te expliquen como lograron resolver verdaderos teoremas sociales con solo voluntad y capacidad para escuchar y ponerse de acuerdo.
La Dinámica de Error.
Cuando se toman decisiones equivocadas y se insiste en ese camino, los errores se acumulan y todo sale mal. Hay quienes lo atribuyen a complots o a designios provocados por agentes externos que impiden el libre tránsito de la democracia. Eso es engañarse a sí mismo. En política, si se cometen errores, se subsanan y se evita transitar por ese camino, insistir es cavar un hoyo tan profundo que no tiene regreso.